La fuerza de las palabras


Llevo varias noches sin dormir y mirando al techo de mi habitación. El alrededor se tambalea y es difícil mantener los pensamientos en silencio. Uno lo intenta. Intenta aparentar normalidad. Pero no está siendo fácil. Nos damos aliento unos a otros. Queremos sentirnos protegidos en la medida de lo posible. Esto nos afecta a todos: a los familiares que están lejos, a los que se quedan en casa y a los que están ingresados en el hospital. Los más pequeños se preocupan por cosas a las que antes no les daban importancia. Y se acercan temblando a tu lado, como si con tu mirada pudieras ayudarlos. Afuera el paisaje está a punto de partirse en dos. Y aquí dentro el corazón está frío. Es muy duro ver cómo lo que amas se hunde.
No quiero bajar los brazos. Nunca lo he hecho. Busco cobijo en las palabras: en las que escucho de los mensajes que me mandan y en las que escribo. Desde hace días estoy garabateando hojas con palabras desordenadas. Siempre he confiado en la fuerza de las palabras y deseo que ellas se ordenen solas para que den sentido a estos días. Elijo palabras bonitas, para contagiarme de cada sílaba y cada letra. Así no olvidaré lo que es bello. Las palabras, en otras situaciones, me han ayudado a salvarme. No voy a separarme del amor, de la confianza, de la esperanza, del mar, de la amistad. Sé que muy pronto volveré abrir la ventana y podré respirar el olor a pan caliente de la panadería de la esquina. El señor del parque levantará la mano para saludarme. Y le contestaré con alguna palabra bonita que lo haga sonreír. Estoy segura: las palabras no van a perderse.

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