Esta quietud
No parece un
domingo normal. En esa línea en la que el mar y el cielo siempre se abrazan,
hay un poco de tristeza. El sonido de nuestros pasos suena como hojas secas. El
tiempo se hace lento y a nuestro alrededor hay un silencio sordo. Los mayores aprietan
los puños, hablan del pasado, de otro tiempo, de esas anécdotas que guardan en
su interior. Y nada de lo que ellos vivieron se asemeja a los hechos de estos
días. Tenemos la sensación de estar dentro de un sueño gris, que queremos que
desaparezca lo antes posible.
En el bar de la
esquina no hay clientes, y la puerta, cerrada a cal y canto, parece que está
cubierta por un velo oscuro. El viento, que siempre ha sido caprichoso y
revoltoso, se mantiene callado y ausente. Los pájaros cantan tímidamente,
reconociendo el misterio que envuelve las horas. No sabemos a qué agarrarnos
para poder calmar el vértigo que sentimos. Escribimos lo que podemos, leemos a ratos,
y abrazamos a los familiares más débiles para que no sientan miedo ni estén
desorientados. Amamos. Como nunca lo hemos hecho. Porque es el único
sentimiento que nos protege y nos puede curar. No queremos sentirnos solos.
Este no es un
domingo normal. Ni mañana será un lunes como siempre. Ni las semanas que vendrán
después. Las rutinas tomarán un ritmo diferente al habitual. Y, en
mitad de la quietud, reflexionaremos sobre lo que está ocurriendo. Relativizaremos
algunas cosas, y sabremos qué es lo que realmente debemos conservar en nuestro
haber. Esta tormenta tendrá un final. No sabemos cuándo. No sabemos cómo. Pero
todos deseamos que termine. Mientras tanto, no hay que olvidar esa frase que alguna
vez hemos escuchado o repetido: “Cuanto más próxima está la aurora más oscura
es la noche”
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