De ventana a ventana


De ventana a ventana. Así se conocieron. Fue en aquella época en la que una pandemia azotó el pueblo y a todo el país. Nadie podía salir a la calle: ni los niños, ni los ancianos, ni los jóvenes que buscaban sus primeros amores. Ella vivía en una casa de dos plantas. Su habitación tenía un ventanal de madera en la parte alta. En la casa de él la fachada estaba cubierta por una enredadera verde que subía desde la acera hasta el mismo filo del marco en el que se asomaba. Salían a la ventana cada tarde y algunas mañanas. Eran muy jóvenes para abandonar sus sueños.
Colocaban las manos en el alféizar y dejaban que el aire se llevará la ansiedad que sentían por vivir encerrados. Los dos buscaban respuestas en el silencio que había entre las ramas de los árboles del parque. Nunca hablaron entre ellos. En esos momentos las palabras no dichas significaban mucho más que las que podían decirse. Solo querían estar acompañados y apoyados en el sentimiento que los unía: la incertidumbre de no saber cómo terminaría cada día. La pandemia se marchó dejando muertos y miseria en el pueblo y en todo el país. El tiempo borró algunas heridas, las ilusiones volvieron y el camino se abrió de forma diferente para los dos.
Llevan una semana compartiendo sala en un geriátrico. La memoria ha sido caprichosa con ellos y ha barrido de un plumazo todos sus recuerdos. Han olvidado sus nombres y lo que han sufrido para llegar hasta allí. Se miran a los ojos y encuentran en el fondo de sus pupilas las heridas que guardan los que alguna vez sintieron miedo porque creían que lo iban a perder todo. La enfermera los ve cada tarde juntar sus cabezas y dormirse mirando hacia la ventana, como si afuera estuviera la luz que necesitan para seguir luchando.

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