La felicidad de las pequeñas cosas
Hay días en
los que el optimismo te levanta de la cama. Y otros en los que todo a tu alrededor se
tiñe de pesimismo. Estos días que estamos viviendo tienen algo que, por mucho
que apuestes por ellos, siempre llega una noticia que te sacude. Son las
pequeñas cosas las que te van empujando hacia adelante: una amiga que te manda
un wasap para preguntarte cómo estás, la información que llega del hospital y
el negativo de esa dichosa prueba que te tenía en vilo. Estas pequeñas cosas se
han convertido en la felicidad del encierro. La felicidad. Ese estado de
bienestar del que tanto hemos leído o preguntado antes de que llegara esta
pandemia, y que ahora descubrimos en detalles que siempre pasaban desapercibidos. Porque
ahora sí. Ahora nos estamos escuchando para conocernos a nosotros mismos.
Hay muchas costureras
que se están dedicando a hacer mascarillas de tela para compartir. La chica del
herbolario se ofrece a traerle la compra a mi madre. El profesorado se ha
volcado en crear blogs para que los alumnos no pierdan el ritmo de las clases. A
las siete salimos a aplaudir y la niña del pijama rosa me regala una sonrisa, de
esas que tienen la gente que son de verdad. En el patio hay tres pájaros que juegan
al escondite todas las mañanas, como si estuvieran coreografiando el deseo que
tenemos de movernos. Todos estos gestos sustituyen a los abrazos y los llamamos
felicidad.
Quedan días.
Y a veces deseas cerrar los ojos y al abrirlos encontrar que esta pesadilla haya
desaparecido. Pasará. Y bajaremos a la calle sabiendo que la realidad está
llena de aciertos y errores. Pero valoraremos los detalles en las pequeñas
cosas, como valoramos entre estas cuatro paredes cómo la tristeza se convierte
en momentos de felicidad. Yo estoy deseando comerme mi paella favorita en ese
lugar que tanto me gusta. A partir de ahora no dejaremos un sueño sin cumplir
ni volveremos a desanimarnos por nimiedades. Ya sabemos dónde está la
felicidad.
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