La espera
Tiene controlada
las entradas y salidas. Las primeras veces apuntaba en una libreta todos los
movimientos, hasta que los interiorizó y terminó sabiéndoselos de memoria. Conoce
la hora que sale a trabajar o el día de la semana que va al gimnasio con las
zapatillas de deporte, sucias, y el chándal gris oscuro. Reconoce sus gestos de
cansancio y la sonrisa que se le instala en la cara cuando ha logrado sus proyectos. Lo vigila desde un
banco de la plaza. El que está pegado a la farola que ilumina el césped y que
queda justo enfrente de la puerta de salida de su casa. No se cansa de mirarlo
y de observarlo, de preguntarse qué almorzará, o qué hace para abrigar a la
soledad. Ya casi es capaz de apreciar su olor. Alguna mañana soleada, de esas
en las que lo observa, él se le acercará y le confesará que también lleva
tiempo esperándola. Porque ella confía en que los astros giren a su favor y el
destino la tenga en cuenta.
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