Vamos cambiando

Mi sobrino lleva unos días buscando información para hacer un trabajo en el colegio. Pone una palabra en Google, y encuentra miles de dibujos, de palabras, de posibilidades. Las copia y las pega hasta crear una base de datos necesaria para el trabajo. Para él es muy fácil. Pero antes eso no era así. Le he contado que, cuando tenía que hacer un trabajo, no existía Internet y solo había una enciclopedia en la biblioteca. La compartíamos unos con otros. La enciclopedia olía a otras manos y a otras casas en la que se estudiaba. Poníamos mucha atención en la caligrafía y en escribir correctamente. Pasaba que, como no había ordenadores, escribíamos a mano (o a máquina de escribir), y muchas veces, justo en la última frase, nos equivocamos. Había que volver al principio. Algunos profesores dejaban usar el típex, y así evitábamos escribir lo que ya estaba escrito. El camino que transitábamos era más largo, con más baches, con otras dificultades. Valorábamos el resultado porque costaba tocarlo con las manos.
Evolucionamos. Cada dos por tres hay nuevos inventos, nuevas aplicaciones, nuevos aparatos que reducen el esfuerzo. No quiere decir que todo de la generación anterior ya no sirve. Porque algo queda y algo quedará de la actual en la que venga después. Y que sea siempre para mejor, que, para peor, es preferible quedarnos como estamos. Lo ideal sería corregir lo que no funciona correctamente o lo que no es rentable.
Mi sobrino no se creía lo que le estaba contando. “¿Hablas en serio?”, me decía con los ojos abiertos. Ellos, que ven como normal apretar un botón para tener el mundo en sus manos, se sorprenden cuando hablamos de ese pasado en el desconocíamos las comodidades que estaban por llegar. La nostalgia nos ayuda a no olvidarlas. Porque fueron necesarias y valiosas. Qué rápido cambia todo.

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