Las almendras amargas


La mujer coge el martillo para partir las almendras sobre la mesa. Coloca un paño de cocina para evitar que se rompa la madera con los golpes. El almendrero lo plantó su marido en el patio aprovechando un trozo de tierra que quedó libre después de tirar el cuarto de aperos que no servía para nada. Los primeros meses dedicó mucho tiempo en cuidarlo y solía sentarse a su lado, día sí, día también, para controlar su crecimiento. Fue muy feliz cuando vio las primeras flores blancas y rosadas. Con las almendras, una vez que estén guisadas y sin piel, la mujer quiere hacer un mazapán para la Navidad. Aprendió la receta de su madre, y su madre de su abuela. Ha pasado de generación en generación, con los mismos ingredientes y con ese toque especial que hace que el mazapán sea el dulce preferido durante las fiestas navideñas.
La mujer mantiene el luto por su marido. Murió hace seis meses, en el mes de junio. A principios de mes. Ese mismo día el hombre cumplía ochenta años. El hombre llevaba tiempo enfermo y en los últimos meses había mejorado bastante y todos estaban contentos por su evolución. Pero el hombre se marchó, casi de repente, la misma mañana que sus hijos le tenían preparado una fiesta de cumpleaños. Fue un golpe muy duro e inesperado para toda la familia. Los días se llenaron de silencio y de una soledad infinita.
Llegan sus dos hijos, las mujeres de sus hijos y sus tres nietos. Van directos a la cocina. Alrededor de la mesa se saludan, se abrazan, se interesan unos por otros. La mujer aparta la servilleta con adornos navideños que cubre la bandeja en la que está el mazapán. Les invita a probarlo. Su nuera dice que este año el almendrero ha dado alguna almendra amarga. El mazapán no tiene el sabor dulzón de años anteriores. La mujer sale de la cocina y va al patio para recoger las hojas secas que el viento ha tirado al suelo. Su nuera tiene razón. Ella también siente que el amargor le quema la garganta. En el almendrero se oye cantar un pájaro, como si quisiera decir algo en voz alta. Es el mismo pájaro que cantó la mañana que su marido se fue para siempre. Llevaban cincuenta y seis años juntos.

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