El Papá Noel


Acepto el trabajo todos los años. No me pagan demasiado. Trabajo doce horas seguidas en las que no descanso ni diez minutos. Tampoco puedo ir al baño ni beber agua. Pero esta vez lo hice por él, por el niño pecoso y de ojos verdes que el año pasado lloraba apoyado sobre la barba sintética. Fue el único que no pedía regalos. Los demás niños venían con una lista inmensa de juguetes que querían encontrarse debajo del árbol. Él no. Él solo deseaba que, aquel hombre que vivía en el parque, al que saludaba todas las tardes y le dejaba el pedazo de bocadillo que le sobraba de su merienda, encontrara casa y familia. Hablaba con mucho sentimiento, levantando las manos todo lo que podía, como un adulto que siente rabia por las injusticias del mundo. Este año, si vuelve el niño pecoso y de ojos verdes, quiero murmurarle al oído que gracias a niños como él no me siento solo. Mi casa es el parque. Sé que salvo a los del supermercado de esta pamplina del Papa Noel haciendo el trabajo sin nómina y con una miseria de sueldo. No me dan ni los turrones que están en mal estado. Pero recibo el cariño de estos niños que vienen a confiar en mí sus ilusiones y que hacen que la Navidad no sea tan fría y solitaria. Cuando me besan y me abrazan desaparecen mis problemas y desgracias. Se marchan felices y seguros de que les voy a conceder sus deseos. Para eso soy Papa Noel.

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