Vivir cada segundo
Acabamos de
terminar unas vacaciones y ya estamos pensando en las siguientes. En unos días
llegará la navidad. En unos días las tiendas comenzarán a llenarse con los
decorados navideños y empezaremos a programar las compras de esas fechas. Hablaremos
de los nuevos días de descanso y de lo que tenemos pensado hacer. Vamos así de
rápido. Le damos vueltas y vueltas a lo que ya vivimos, a lo que vendrá, restándole
valor a lo que sucede en este preciso instante. Agendamos nuestro futuro con el
propósito de tener controlado lo que está por llegar. Claro que sí, podemos
organizarnos a medio plazo, pero, una vez hecho, hay que dejar las notas sobre
la mesa y no tocarlas hasta que llegue el día del estreno. Por esa necesidad de
subir el telón para empezar el siguiente acto antes de lo previsto, nos olvidamos
de respirar e inhalar como algo natural, de pararnos delante del sol, de contar
las nubes que salieron hoy, de mirar al que te mira. Todo tiene un periodo de
maduración. De espera. Y por mucho que queramos controlar cada mes del calendario,
siempre habrá una puerta porosa por la que se escape un poco de aire. Nunca sabremos con exactitud lo que hay detrás
de este minuto. Las mejores cosas que te suceden en la vida llegan de sorpresa.
Sin saberlo. Y a veces, entre tantas prisas, dejamos que se vaya la vida sin
sentir. No sé si estoy volviéndome mayor,
pero suelo huir de esas conversaciones que solo quieren adelantar los días, los
meses e incluso los años. Me estoy
acostumbrando a improvisar porque he descubierto el valor que tiene un segundo.
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