Seremos mayores

Todos seremos mayores. Cuestión de días, de un acúmulo de meses, de tiempo. Él entró con la camisa por fuera y con dos manchas de sudor a la altura de la barriga. Esa mañana el termómetro que estaba en la farmacia marcaba 32 grados. Los dientes los tenía amarillos, resaltando una juventud fumadora. Lo vi entrar. Los demás lo vieron entrar; la chica con la cola de caballo, el muchacho con el pantalón corto, el señor de azul, los demás. Fue directo a la máquina para coger su turno, con pasos cortos, con los años encima. Estuvo unos segundos delante de los botones digitales sin saber qué hacer. Llegué hasta él rebasando dos, tres, varios ojos que me juzgaban por mi decisión. Lo ayudé, le saqué su turno, y él me dio las gracias. Luego me contó, así sin venir a cuento, que desde que le dio un infarto su cabeza no es la misma. Él hablaba con la misma ansiedad que tienes cuando hace horas que no comes y te lo quieres tragar todo desde que ves la comida. Simplemente lo escuchaba. Era muy difícil no ver una emoción de dolor en su rostro agrietado.
Todos seremos mayores. Todos, si las cosas van bien, llegaremos allí. Con movimientos lentos, con menos visión, con calvicie y el pelo canoso. Los que han vivido muchos años buscan una manera de sobrevivir después de los obstáculos que han rebasado, cargando en sus espaldas sus experiencias y sus errores. Él me dijo adiós cuando se fue. Se marchó con una sonrisa. Los demás no vieron ese gesto; la chica con la cola de caballo, el muchacho con el pantalón corto, el señor de azul, los demás. Como si ellos no supieran que algún día tendrán esa imagen desaliñada y buscarán motivos para agarrarse a cada instante que marca el reloj.


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