Sin suerte
Había probado todo lo que le decían. La ropa interior rosa, sin
costuras ni dibujos. No le sirvió para nada. Terminó tirando las bragas y el
sujetador rosa para comprárselos de color rojo, sin costuras ni dibujos.
Aborrecía el vino y la bebidas alcohólicas. Pero llegó a beber champán después
de meter un anillo dentro de la copa. Un champán de marca blanca que sabía a
medicina amarga. Comió lentejas y se subió a una silla con un paraguas abierto
en la mano derecha.
Rodeada de supersticiones, cada 31 de diciembre, confiaba que, con sus pedidos
a la suerte, la vida le cambiara. El resto del año vivía amargada, sola, sin
trabajo, sin amigos, y enfadada porque el futuro nunca la incluía en sus planes.
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