El coleccionista
Cuando éramos novios me contó su
afición por coleccionar objetos. Nunca lo vi como un motivo para dejar de
quererlo. La colección de sellos la vendió para poder pagar los gastos del
banquete de la boda. Luego llegaron los búhos de madera, de cristal, de porcelana. La casa
parecía un museo, pero sin horario de visitas.
Fue un amigo el que le regaló la primera jaula. Vinieron otras. Y los
pájaros, las plumas y el alpiste por el pasillo. Un día salió del baño y se
empeñó en decir que dentro de la jaula había un hombre. Es el último recuerdo
que conservo de él. Lo entendí demasiado tarde pero yo sobraba en su colección.
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