Rebosa luz


Hace unas semanas la gripe me tumbó en la cama como no había hecho nunca. Ella me ponía la mano en la frente y calculaba con exactitud la fiebre que tenía. “Tómate esto y hazme caso”, me decía sin darme opción a rechistar. Con la misma seguridad con la que me abría la boca para meterme la cucharilla, salía de la habitación. En la cocina empezaba a cortar la verdura y a preparar la carne para hacer el almuerzo. No hacía ruido para no despertarme. Cuando la casa empezaba a oler a potaje de berros, volvía a la habitación para ver si estaba mejor. “Esta noche no te quedas sola en tu casa, que, te pasa algo y no me entero”, me sentenciaba con esa voz que ella usa cuando quiere ganar autoridad. Me trataba como a una niña pequeña y desobediente.
Hace años, cuando aquel novio me dejó, me lanzó de sopetón: “Desde que lo vi estaba segura de que ese hombre no era buena ficha”. Y empezó a darme consejos de lo que me vendría mejor. Los consejos llegan sin que se los pida, y, siempre te deja pensando con cada frase que suelta. Con una simple mirada a los ojos descubre si la noche anterior no he dormido. Entonces empieza a preguntarme si me pasa algo y vuelve a repetirme, como lo ha hecho mil veces, que no me tome las cosas a pecho. Ahora, que el dolor crece cada día, es la única que lo lleva con verdadera entereza. Es el arte de transformar en belleza la tristeza y el sufrimiento.
Ella es una mujer que dejó la escuela con quince años para trabajar detrás de un mostrador, pero se ha adaptado a cada época que le ha tocado vivir. Ya ha sobrepasado ocho décadas. Ha aprendido a enviar “sasas” a sus nietos para preguntarles si van a venir a comer.  Hace sopa de letras porque no quiere que la memoria juegue al escondite con sus recuerdos, esos que lleva guardados muy adentro. Ya bastante le duele el alma al saber que él los ha perdido todos de golpe.  Se cuida y camina todas las tardes.
En esos días en los que la gripe vino a zarandearme, ella se tumbaba en el sillón a descansar, pero, cuando oía que me levantaba, se atusaba el pelo, se colocaba el delantal y salía trastabillando por el pasillo, con su armadura de guerrera. Para ella no hay derrotas. Ella es enfermera, cocinera, psicóloga y no sé cuántas cosas más. Rebosa luz por todos lados. Solo quiero que dure. Que dure mucho tiempo.

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