La consentida
Fraquista se acotejó el rolete. Ella siempre iba emperchada y nunca salía con un batilongo a la calle. Era un pisco consentida. Le gustaba sentarse debajo de la platanera para perder la mirada en el risco. En la sombra pasaba varias horas, alejada de las sabichosas del pueblo. Cogía picón del suelo y hacía montoncitos con sus sueños. Ella confiaba en el destino y trincaba los ojos para sentir qué le decía. Los pájaros cantaban sobre su totizo y cerca de sus pensamientos El viento escuchaba su guineo. Esa mañana con la calufa metida en el cuerpo, se rajó del risco con una sonrisa en las bembas. El sol le quitó la zumbadera que tenía desde hacía días.
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