El veneno


«Llámame esta noche que estaré solo», le decía en aquel mensaje secreto. «Llámame, eres lo único que tengo». Ella, sin dudarlo, obedecía. Se habían enamorado de una foto de perfil, de una voz y de dos o tres frases cortas intercambiadas en un chat. Por eso se gustaban. Porque no esperaban nada el uno del otro. Desconocían la manera que mordían las tostadas en el desayuno o si dejaban la ropa sucia en mitad del pasillo. No se habían visto de cerca y sabían que nunca ocurriría. Solo querían tocarse con la imaginación y con la fuerza que ponían en cada palabra que pronunciaban. Cada noche atravesaban un camino prohibido que los alejaba de la rutina de sus días. Los dos vivían adictos a ese veneno y no podían dejar de probarlo. Era justo lo que necesitaban.

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