La mujer de la tienda
La mujer de la
tienda de la esquina, la que vende de todo un poco y mucho de todo, abre de
lunes a domingo. Tiene siempre una sonrisa y te regala un hola sonoro cuando te
ve entrar. La tienda tiene dos o tres estanterías y una pequeña caja registradora
con la que va cobrando a sus clientes. Te habla de sus hijos y de su nieto
Raúl. El único que tiene. Raúl ya se sabe las vocales y, como siga así, no va a
engañar a nadie. Ella también se encarga de cuidar a su marido, que se quedó
impedido en un accidente de tráfico. Por eso ella trabaja en la tienda de lunes
a domingo, para poder sacar a su familia adelante, ayudar a sus hijos a tener
un futuro y darle todo lo que necesita a su nieto Raúl. Nunca se queja. Las
gotas de sudor le brillan en la frente cuando la tienda se llena de clientes y no
tiene manos para atenderlos a todos. Lleva siempre un vestido marrón con un delantal
encima, que pocas veces está limpio. Le calculo unos cincuenta y cinco años, pero,
es una mujer que no se ha cuidado y su piel está envejecida y curtida por los
golpes que le ha dado la vida. De jovencita tuvo que ser una mujer muy linda y
con un corazón hipersensible. Ella almacena todas sus penas muy adentro. A mí
no me gusta hacerle preguntas de su pasado para que la mujer no se entristezca
ni le entre nostalgia en ese lugar en el que intenta ganarse la vida vendiendo
lo que puede. A ella es a la que miro y de la que aprendo cuando el mundo se me
viene encima, como me ha pasado este domingo, que, me desperté como siempre, a
las 6 de la mañana, y bajé a la calle a ver si ya estaba en la tienda y nos
hacíamos un poco de compañía.
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