Noche mágica
La playa se llenaba de deseos apuntados en papeles que desparecerían
alrededor de las hogueras. Amaba el mar y buscaba refugio en él. Muchas
veces había soñado a su lado, con los ojos abiertos. Decidió bañarse y
caminó, caminó, hasta que el agua le llegó a la altura de la cintura.
Miraba al frente con tanta fuerza que podía intuir lo que ocurría en la
otra orilla. Muy lejos. El mar, ella lo había escuchado de algún sabio
pescador, conectada dos puntos por muy distantes que estuvieran.
Las olas iban y venían, y le salpicaban en la cara. Metió todo el
cuerpo en el agua y sintió un escalofrío que le erizó la piel, como
cuando tenía tres años y se bañaba desnuda en la orilla. Había agotado
otras posibilidades, pero algo le decía que esta tendría efecto. Su
deseo, arrastrado por el mar en una velada de ritos, llegaría al otro
extremo. Allí, en otra playa, lo recibiría la persona que ella inventaba
en los ratos de soledad y que veía llenando sus vacíos de palabras. Al
menos, esa noche, pensándolo, fue feliz.
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