El señor del banco
Comencé a verlo a finales de abril. Se sienta en el banco que está pegado a la parada de la guagua, como si estuviera esperando a un familiar que se marchó lejos y que todavía no ha regresado. Se quita un zapato, el derecho. El izquierdo no le molesta. Me llama Adela y sacude la mano para que me acerque a su lado. Su cara me recuerda a la de un niño ilusionado que te invita a que descubras que ha hecho un castillo con los bloques de madera. Los vecinos pasan de largo. Huele mal, tiene el pelo grasiento y viste con un pantalón marrón y una camisa blanca. Seguramente, la próxima semana, tendrá la misma ropa. A finales de abril la tenía. Está viejo y solo. Hoy, cuando ha vuelto a levantar la mano, como ese niño ilusionado, me ha llamado Adela y me ha ofrecido un trozo de bocadillo. Los vecinos pasaban creyendo que nunca perderán años y que conocen el final que les espera.
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