Libros o tele

Veo muy poco la tele, entre otras cosas, porque el tiempo que tengo lo aprovecho para leer o escribir. Y, aun así, me faltan horas para leer lo que quiero o escribir lo poco que puedo. A veces parece que estoy alejada de lo que ocurre detrás de ese monitor con imágenes en movimiento. La chica que trabaja conmigo ve mucho la tele. Ella no lee. Una cosa u otra. Cuando me habla, nombra programas, personajes televisivos o anécdotas, que no tengo ni idea. Me callo, claro, porque no merece la pena explicar a qué dedico mi tiempo libre. Que piense lo que crea. Dicen que los vacíos de información los llenamos con cosas malas. A saber, lo que piensa de mí.

Cuando comenzó Gran hermano, en el año 2000, trabajaba en el banco. Tuve que engancharme al nuevo fenómeno que nacía, los reality show, para poder seguir las conversaciones en el momento del café o en los ratos bobos de poca clientela. Era de lo único que se hablaba. Allí y en la calle. Desde que se me acabó el contrato, dos años después, olvidé la vida de aquellos personajes que, de la nada, crecían porque el público los seguía. Creí que me había vuelto insensible porque no me dolía lo que les sucedía, una realidad, escrita según los niveles de audiencia. No quiere decir que sea inmune a los problemas del mundo, porque al leer, leo las noticias. Aunque lo que se publique, a veces, sea el titular y no la verdad de lo que ocurre.
Según las estadísticas se lee poco. Según las estadísticas se escribe mucho. Según las estadísticas se ve mucho la tele. Habrá que ver los percentiles que usan para calcular los porcentajes. Por ahora tengo una lista de libros para leer este verano. No porque sea verano, como me dijo la chica de los ojos grandes de la librería, sino porque siempre lo he hecho. La tele me mirará desde el mueble del salón de mi casa o desde el lugar que me encuentre. Si tengo tiempo, la encenderé. 

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