Finales sin adornos


Me saqué la foto en un estudio que había en la calle Perojo. No tenía muy claro de qué se trababa.  Era necesario ir maquillada y con una camisa blanca. Acababa de cumplir veintitrés años y me orlaba. Creo que, sin contar las pocas veces que lo había oído en alguna película, era la primera vez que pronunciaba la palabra y comprobaba el sentido que encerraba. No le di importancia, entre otras cosas porque, aunque se acababa mi promoción, la bendita Contabilidad de Costes hacía dudosa la posibilidad de concluir los estudios. Terminé dos años después.
Mayo es el mes de las comuniones. Junio es el mes de las orlas. Las fiestas de los príncipes con corbata y princesas con trajes largos. Obras de teatro con una perfecta puesta en escena. Llevan un ritual: un mensaje de entrada, fotos del antes y el después, vestidos elegantes, y lágrimas que premian el reconocimiento de unos jóvenes que, la mitad de las veces, no tienen la madurez suficiente para saber lo que está sucediendo.  Claro que es positivo valorar los resultados de un periodo de estudios y esfuerzos.  Pero los jóvenes o los niños, tienen que seguir siendo ellos mismos, sin pinturas que desaparezcan desde que se laven la cara o cuando comprueben que nada cae del cielo. El fracaso, la frustración, aunque no sean platos que apetezcan degustar, existen y hay que vivirlos.  Las fiestas de gala y los brillantes, comprimen la risa natural, la complicidad, la anécdota en la clase. Y se olvida la lección:  los finales, pueden ser finales, aunque no te aplaudan o te subas en tacones de dos centímetros para sentirte importarte. No necesitan el protagonismo, las apariencias, ni ser los más guapos. Porque, desgraciadamente, en una sociedad altamente competitiva, el que no lo alcanza, se quedará fuera. No hay que potenciarlo.

Me he negado a acudir algunas y, cuando lo hago, creo que cada vez entiendo menos el concepto que estamos dándole a la sencillez y los valores que se están forjando entre los jóvenes. Voy a las que se hacen en el salón de actos del instituto, con olor a libros, gomas de borrar, y con la cara de asombro de los chiquillos. Igual, pronto, muy pronto, veremos las listas de regalos para las orlas. Será el siguiente paso. Espero seguir descalza para salir corriendo sin hacer ruido. Ojalá que, a los finales con adornos, se le pongan límites.

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