Ni un paso atrás.

Muchos nos emocionamos y otros terminaron con las lágrimas a punto de salir. El vídeo se hizo viral en pocas horas. Y fue el tema de conversación en el primer domingo de febrero. Un joven actor movió conciencias y nos recordaba tres palabras: inclusión, diversidad y visibilidad. Visibilidad para él tenía un significado: que dejáramos de mirarlo como un inútil, que se valorara su trabajo como actor, que permitiéramos a él y a sus compañeros (las personas con discapacidad piensan en los demás) ser protagonistas de su existencia. Él pedía que olvidáramos esa cultura de la carencia y caridad que se crea con las personas con discapacidad donde lo que se resalta son los límites. Ese día, mientras él hablaba, veíamos a una persona a la que hay que cuidar y proteger, y no a un actor que, después de mucho esfuerzo y horas de trabajo, ha conseguido su sueño. Pero él pudo representarse a sí mismo. Las personas con discapacidad son personas con las que se puede contar y con las que se puede hablar, y solemos olvidarlo. Ellos, si los insultas, se dan cuenta. Este actor habló sabiendo lo que decía. Habló porque el camino para él no ha sido fácil. 
David, mi sobrino, no sería capaz de dañar a nadie. David sabe si alguien sufre y es el primero que tiende su mano para ayudarte. David no entra en el hospital a ver a su abuelo, porque para él su abuelo tiene que seguir siendo ese señor que le daba un billete de cinco euros para que se comprara una tableta de chocolate. A David le gusta el chocolate y va solo al supermercado a comprarlo. No se pierde un partido de la Unión Deportiva. David se enamora, y hace años tuvo una novia que se llamaba Lucía. David, y todos sus compañeros, y todas las personas con discapacidad, tienen una sensibilidad que, por mucho que entrenemos, nunca, nunca, la lograremos alcanzar. Ahí habita el verdadero valor de ellos.
Se ha trabajado mucho para mejorar la calidad de vida las personas con discapacidad. Hemos dejado de usar palabras para referirnos a ellos: subnormales, bobos, mongólicos, incapaces. Ha cambiado la perspectiva que teníamos sobre ellos. Pero hay que seguir luchando para evitar cualquier prejuicio hacia ellos. No podemos señalar a una persona porque cojea o porque no se le entiende cuando habla. Nos tocará a nosotros. Desde que cumplamos años terminaremos cojos o con algún miembro atrofiado. Si una película ha sido la más taquillera, si lloramos al oír hablar a un actor, es porque todavía no entendemos a las personas con discapacidad. Sigue habiendo un desconocimiento. Vemos en ellos, como si fuera un espejo, lo que no queremos que nos suceda a nosotros. El día que no nos emocionemos, la diferencia habrá ganado visibilidad. Hay que seguir trabajando para alcanzar la nitidez en la visibilidad de la que hablaba el actor al que le dieron un Goya. No podemos dar un paso atrás, y menos cuando vemos como un lejano recuerdo esa época en la que se escondía debajo de la cama a los subnormales porque eran una desgracia para la familia. Las personas con discapacidad quieren ser uno más. No pueden quedar fuera de ningún lugar ni espacio. Y nadie puede creerse superior y más inteligente que ellos para rechazarlos, y menos para ofenderlos. Ellos no lo harían.

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