La estela del tiempo

La noche anterior no había podido dormir debido a un dolor en la rodilla. Tardó en coger el sueño, y, cuando lo consiguió soñó con su marido. La vi saliendo del supermercado. Nadie diría que estaba cansada y que había pasado la noche en vela. Llevaba las bolsas de la compra en las manos. En la derecha tenía la carne y las hamburguesas para su nieto el más pequeño. En la izquierda llevaba fruta, espinacas y unas nueces. Le habían dicho que las nueces eran buenas para la memoria y, solía comerse un puño, lo que le cabía en la mano, después de cada comida. Las arrugas brillaban en su rostro, y por ellas se colaba la tristeza que llevaba dentro. No sonreía, últimamente le costaba hacer cosas, hasta aquellas que más le gustaba hacer. Caminaba despacio, con la mirada clavada en el suelo, controlando cualquier baldosa que sobresaliera y que la hiciera tropezar. No soplaba el viento pero su cuerpo estaba inclinado hacia delante, como si una mano imaginaria la ayudara a avanzar. Iba dejando en la acera el latido del tiempo y la nostalgia de lo antiguo. Le costaba ocultar sus ochenta y un años.

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