La libreta vacía

El calor de agosto apretaba con fuerza y era imposible encontrar una posición cómoda. Ella, protegida por la sombrilla de un hotel con vistas al mar, intentaba garabatear en una libreta frases coherentes que encajaran dentro de un argumento. Mientras estaba tumbada no podía dejar de imaginar cómo sería la vida de aquella gente que estaba a su lado, a qué se dedicaban o qué les había motivado elegir ese hotel y no otro con otras comodidades. Una niña pequeña se reía a carcajadas cada vez que su madre le lanzaba una pelota de colores. Le llamó la atención un señor que fijaba los ojos en un móvil mientras con el dedo deslizaba la pantalla, tal vez mirando fotos que tendría guardadas. Le resultó curioso cómo a veces, en determinadas situaciones, te encuentras a personas a tu alrededor de las que ni siquiera conoces sus nombres ni identificas sus idiomas, pero, unos a otros se hacen compañía como si fueran grandes amigos que, con el paso de los años, pueden estar juntos sin preocuparse por la presencia del silencio que les hechiza. El sudor le caía por la frente recorriendo parte de sus mejillas y notaba que la piel empezaba a pedir a gritos un poco de agua fresca que la salvara. Se levantó despacio, los días de descanso le habían restado vitalidad. Pasó primero por la ducha y, con un impulso limpio y seguro, rompió la tranquilidad de la piscina como si la partiera en dos partes irregulares. Agradeció el agua fresca, y le gustó más de lo que había deseado. Volvió a su hamaca dejando huellas húmedas con las pisadas. La libreta seguía en el borde de la hamaca, esperándola. La abrió por la hoja que tenía marcada. Estaba totalmente en blanco, no había escrito nada. Envuelta en aquel torbellino de sensaciones encontradas en medio de extraños que el azar había colocado su lado, la metió en el bolso, casi enfadada. Este tampoco sería el verano en el que escribiría su mejor historia. El calor le dejó de importar.

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