Caminar descalza



Caminar descalza es una de las mejores sensaciones que conozco. Si fuera por mí iría descalza por la acera de la calle, cuando subo y bajo escaleras, cuando sueño. En verano, pisada a pisada, puedo enterrar los pies en la arena sin problema. Las olas revoltosas golpean mis pies para arrastrar hacia la otra orilla lo que sobra y no necesito. Mis pisadas no se sienten solas entre todas las huellas que hay en la playa. Están las tuyas. Las del otro. Y las mías. En todas las pisadas hay historias que enganchan, como si leyeras la página de un libro que está abierto y del que no puedes desprenderte por la magia que encierra. Cada historia, como cada grano de arena, cuenta. Me gusta detenerme delante de las huellas que tú dejaste. Las pisadas son únicas. Y a veces no sé si tú pisas mis huellas o soy yo las que piso las tuyas. Cuando vamos descalzos no podemos fingir y las pisadas solo te permiten ser tú mismo. En las huellas hay una mirada que nos emociona, días malos, momentos buenos, besos escondidos, secretos inconfesables, la sombra de la mano a la que nos sujetamos. Y las olas no arrastran nada a sus adentros hasta curar las heridas de los que van a salvarse entre los granos de la arena. Caminar descalza es una de las mejores sensaciones que conozco.

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