Cambiar el equipaje
A la vuelta el
equipaje no es el mismo. Varía el peso porque el contenido es otro al de la
ida. Lleva dentro lo que has vivido y los caminos pisados en los que aprendiste
nuevas maneras de avanzar. De contemplar. A la vuelta, lo que era rutinario te
parece extraño. Tu casa, el sillón mugriento en el que esperabas a que pasaran
las horas, la mesa repleta de papeles. Llegas con una respiración más pausada
que casi creías imposible cuando cualquier hecho insignificante te terminaba por hartar. Por eso, cuando te sientas sin fuerza
para soportar el peso de todo el universo, es necesario desaparecer por unos
días, por unas cuantas horas. Quitarte el reloj y no apurarte en llegar puntual
a ningún sitio. La mejor opción cuando te cansas de poner a mal tiempo, buena
cara. En la distancia las cosas se ven más claras. Y es lo que puedes hacer en
esta época en la que todos te ofrecen reglas mágicas para tocar la felicidad y
resolver tus problemas. Parece que hay que huir de la tristeza sin preguntarle
para qué ha venido. Y, ante tanto empeño en dar prioridad a la felicidad, lo
que puedes hacer es desaparecer para encontrarte a ti mismo, alejarte,
descubrirte a solas entre el ruido de tus lágrimas y tu risa. Emocionándote y sintiéndote.
Estar en silencio con tu propio silencio. Y, con un equipaje diferente al de la
partida, con el saldo positivo de tus emociones, se mira directamente a los ojos de las obligaciones diarias. Así no
habrá que cerrar la casa por derribo.
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