El valor de la amistad


He pasado por la puerta y me he acordado de él. Es curioso, porque casi no recuerdo las risas, ni los juegos en el borde la piscina, ni los helados de vainilla que saboreábamos a media tarde. Me acuerdo de él, de Fernandito. Nos acercábamos a su puesto de trabajo, a la recepción de los apartamentos, para pedirle lo que necesitábamos. Éramos los recaderos de los mayores, y Fernandito cumplía nuestras peticiones. Íbamos descalzos, con los pies mojados por el cloro, en bañadores, felices. Fernandito nos regañaba porque nos podíamos resbalar y terminar rodando por el suelo. Nunca oímos a los mayores decir si tenía hijos o nietos; si dormía en aquella recepción en la que cumplía nuestras peticiones. Era un hombre alto, fuerte, con el pelo canoso, alegre, como todos los recepcionistas que hacen bien su trabajo.  Los mayores hablaban maravillas de él y alababan su carácter servicial y bonachón. Nosotros lo veíamos como nuestro amigo fantástico que, además de concedernos lo que le pedíamos, nos daba libertad para disfrutar mientras nuestros padres no nos vigilaban. A su lado teníamos superpoderes porque nos permitía atravesar los días con nuestros juegos infantiles sin ponernos límites. Perdíamos la cuenta de las veces que nos lanzábamos en bomba, de las carreras para pillarnos unos a otros, de la sinceridad. La mirada de complicidad de él estaba siempre a nuestro lado. La presencia de Fernandito nos daba la confianza necesaria para saber que todas nuestras decisiones iban a salir bien. A veces bromeábamos diciendo que había nacido entre los arbustos, como un duende invisible que se convirtió en humano cuando llegaron los primeros dueños de los apartamentos. Le decíamos adiós al finalizar el verano. Pero él disimulaba regando el césped del jardín o moviendo las cajas de un pequeño cuarto en el que guardaba toda la mercancía. Fernandito no quería mostrar su tristeza.
Las historias y los veranos idílicos se terminan. Esos veranos del pasado traspasan el tiempo para regalarte una sonrisa. Te hacen visualizar una parte de tu infancia.  Fernandito, como muchas personas que aparecen en la vida, llegó para enseñarnos algo. Él supo plantar en nosotros la semilla de la amistad.

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