Las postales
Todos los lunes
escribía una postal. En el reducido espacio que tenía, detallaba las vistas
desde la Torre Eiffel, el color de la arena de Corralejo, los campos floreados
de Holanda, el ritmo de las calles de Brasil. Los paisajes los adjetivaba con
tanta precisión que parecían exactos y reales. Pegaba el sello en el margen
superior derecho y completaba el destinatario con su propia dirección. El
cartero dejaba los viernes la correspondencia en su buzón, al abrirlo, además
de recibir las cartas con extractos bancarios, encontraba las postales que ella
misma había escrito. Cuando las leía se veía en aquellos rincones del mundo
como si los hubiera pisado de verdad. Así podía hacer real su deseo de ser como
sus compañeras de trabajo, que a la vuelta de las vacaciones solo hablaban de
sus viajes y enseñaban fotos en las que salían con una sonrisa de oreja a
oreja.
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