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El último viaje
Estaba muy contento porque lo habían admitido en la residencia. Llevaba muchos años solo y casi no podía moverse ni valerse por sí mismo. La pensión no le daba para pagar a una señora que lo ayudara en su casa. En la residencia se preocuparían por él, le darían de comer, ropa y un poco de cariño. Me dijo adiós en la misma puerta de su casa mientras yo entraba a la mía. Sonreía, aunque no paraba de repetir el tiempo que le quedaba y si algún día desaparecería nadie lloraría su pérdida. Reconocía los errores de su pasado y entendía que todos los que lo habían olvidado tendrían motivos que justificaran no quererlo. No sé si fueron sus últimas palabras y su manera de darme las gracias por las veces que lo saludaba atentamente y me ofrecía para ayudarlo. No parecía derrotado. Todo lo contrario. Hace años me había dicho que tenía ochenta y cinco años, así que, rondaría los noventa o noventa y uno. Nunca había sido grosero con los vecinos y siempre estaba contando las aventuras de sus viajes, de los países que había visitado. Antes de jubilarse había sido comercial de una multinacional que le obligaba a pasar temporadas fuera de la isla para ampliar la cartera de clientes. Iba y venía con mucha frecuencia al extranjero o la península. Si te sentabas a escucharlo podía hablarte de cualquier cultura como si fuera la suya propia. Presumía de las novias que había tenido, todas de diferentes ciudades y países, y, aunque no mantenía contacto con ellas, se sentía feliz por el amor que dio y recibió. He preguntado en varias residencias y no aparece entre el listado de usuarios. En la casa hay un cartel que dice que está en venta. Todo es muy raro, pero estoy segura de que él ya tenía pensado cómo hacer su último viaje.
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