La tienda


Le quedaba un mes de paro y no quería pedir dinero a sus hermanos para pagar el alquiler, el agua y la luz. Hacía más de un año que no se podía permitir el capricho de comprarse ropa nueva o salir a cenar con sus amistades. El anuncio lo leyó en el periódico y llamó desde la misma barra del bar donde se estaba tomando un té verde. Solo le dijeron que tenía que tener don de gentes para atender a los clientes. Al día siguiente podía empezar. Sin pensárselo demasiado y sin saber qué productos iba a vender, dio una respuesta afirmativa. Llegó a las ocho menos cuarto a la dirección que le indicaba el anuncio. El jefe, vestido de blanco y con la mano derecha llena de pulseras, ya estaba esperando en la puerta. Cuando levantó la verja del local comenzaron a verse santos, cruces, medallones y velas de diferentes tamaños y colores. Era una tienda esotérica. Un aire frío le subió desde la planta del pie hasta la cabeza. Estuvo a punto de retroceder sobre sus pasos y salir corriendo, pero recordó los meses que llevaba buscando trabajo y las probabilidades que tenía de ver su cuenta bancaria en números rojos. Firmó el contrato y le entregaron una hoja con unas pautas a seguir. Las posibles preguntas que los clientes le hicieran ya tenían unas respuestas editadas. Si venían pidiendo suerte en el amor, debía ofrecerles dos velas y unas gotas para rociar el cuerpo antes de quedar con la persona que querían conquistar. Si buscaban salud, les vendía un aceite para untar la zona dolorida. Memorizó todas las respuestas. Este, a diferencia de otros trabajos anteriores, no le generaba estrés ni ansiedad, porque siempre sabía qué decirles a sus clientes. Atendía con tanta seguridad, que ella misma se fue creyendo las palabras que salían de su boca. Al final de mes, cuando recibía su sueldo, no dejaba de preguntarse qué sería de la vida de los clientes después de atravesar la puerta de la tienda. Nunca volvían por segunda vez ni los veía por los alrededores.

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