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El día del nacimiento no es un capricho del
destino. El universo tiene sus propias ecuaciones para que todos los sucesos
vayan encajando. Nació el once del mes once y, como estaba establecido, a los
once meses caminó y dijo su primera sílaba. Toda su historia se fue trazando
entre estos dos dígitos. Con once años intentó averiguar qué influencia tenía
la numerología. Descubrió que las personas marcadas por el once eran bastante
intuitivas, con imaginación y artistas. Así le ocurría.
No había día en el que no escribiera un verso, pensara en las musas o entonara
una canción hasta que la garganta se le secara por el viento. Cuando salía por
las mañanas a la calle, lo hacía sin miedo, sin preocuparse por los obstáculos
con los que tendría que enfrentarse. Lo importante era colocarse en el sitio
adecuado y buscar una matrícula terminada en once o la puerta de una casa
marcada por esa cifra. Lo hacía cuando tenía un examen, cuando abordaba al
chico que le gustaba, cuando dudaba si giraba a la izquierda en lugar de ir
hacia la derecha. Aquel fantasma numérico era exacto y justo. La esperaba en
cualquier esquina para que sus deseos cuadraran.
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