El camino
Me dio la mano y cogimos el sendero que ya
estaba hecho. Otros habían pisado antes que nosotros y dejaron el trazo en la
tierra para que el camino fuera más llevadero. Él me sujetaba y, a ratos, yo lo
sujetaba a él. Yo lo sujetaba a él y, a ratos, él me sujetaba a mí. Me fue explicando
lo que veía y cómo lo había visto durante el paso del tiempo. A todos nos toca atravesar
lo mismo, me decía. Tarde o temprano. Cada estación tiene su misión y
viene a darnos lo que necesitamos. No podemos adelantar el invierno, ni tapar
el sol cuando sigue empeñado en brillar a principios de diciembre. Me fue quitando
el pelo mojado que me caía por la cara. No llovía. Hace meses que no llueve.
Pero la cara estaba empapada. Te puedes equivocar en cada paso. Pero no temas, cuando
lo que quieres es seguir avanzando. Fui notando la tierra en mis pies descalzos
y acordándome de aquella etapa cuando iba dejando migas de pan en el camino por
si tenía que volver hacia atrás. Es tiempo de ser valiente y no vale la pena
buscar excusas para escaparme. Confía, repetía. Confía en ti, en la tristeza,
en la alegría, en el amanecer, en la sonrisa que te regalan, en la que tú regalas,
en la naturaleza, en la soledad. Cree en tu propio brillo, el que guardas ahí
dentro, y no lo infestes con el egoísmo ni la vanidad. Durante el trayecto encontrarás puertas
abiertas o cerradas. Sigue. Los futuros son posibles. Todo depende de dónde pongas
la ilusión. Miraba al frente y a él lo veía por el rabillo del ojo. Mañana volveremos
a cogernos de la mano. Queda poco camino, mucho que aprender, y poco tiempo
para comprender lo que me falta.
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