La cita
Era nuestra primera cita.
Quedamos en el tercer banco del callejón que daba hacia la plaza. Me puse el
vestido rojo, el que te había dicho por teléfono. Quería que me identificaras
de lejos. Empezó a llover. Tenía en el bolso un periódico del día anterior y lo
usé para cubrirme la cabeza. No llegabas. En mis brazos escurrían titulares
vencidos que no había leído cuando hojeé el periódico. Seguías sin aparecer.
Entendí que me habías dejado tirada cuando mis huesos se calaron de palabras mojadas. La tinta ilegible había anulado
la veracidad de los hechos redactados por los periodistas el día anterior. Me deshice de las
noticias en la primera papelera que encontré. Fui una ilusa, creí en ti, y en
la fuerza que podían tener las palabras para protegerme. Desde ese día no
soporto las noticias, ni las citas a ciegas en los días de lluvia. Me parecen
muy tristes
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