La tejedora

Lo ve todas las mañanas pasar delante de su tienda. Lleva una rebeca hecha con punto inglés. Dos puntos al revés y uno al derecho en la primera vuelta para volver a cambiar en la siguiente. No es feo ni es guapo. Tiene el gesto de un hombre de treinta y pocos, los ojos grandes, las cejas pobladas, los labios curvados como una media luna, y la nariz redonda, muy redonda. Tan redonda que solo apetece morderla y besarla hasta dormirte a su lado. La nariz fue lo que le llamó la atención cuando le vendió la rebeca hecha con punto inglés. Y desde ese día comenzó a mirarlo detrás del escaparate de la tienda en la que vende lanas, botones de dos y cuatros agujeros, encajes, y rebecas hechas a mano. Con sus propias manos. Unas manos que tejen con suma paciencia y que solo conocen la suavidad de la hebra del hilo entre los dedos. Lo ve todas las mañanas, pero, algún día, tal vez una mañana lluviosa de noviembre, vuelva a entrar para pedirle una rebeca que le abrigue. Entonces le podrá decir que se llama Penélope. Mientras tanto seguirá tejiendo la esperanza de sentir en sus manos el tacto de otras manos.

Comentarios