La voz
El jefe le mandó a llamar a una empresa de comunicación para solucionar
un problema con la telefonía móvil. Le atendió un ordenardor con voz de
señora. Siguió las instrucciones que le fue dando, apretando teclas,
respondiendo monosílabos, hasta encontrar el motivo que originó la
avería. No entendía qué llevaba a las empresas a sustituir la
productividad humana por una máquina fría e insensible. Tuvo la
impresión de que estaba haciendo el tonto delante del teléfono. Pero
aquella máquina encontró la solución a su llamada.
Eran las tres de la madrugada y se despertó. El piso de dos habitaciones y un baño le parecía una mansión. Su novia le había pedido, hacía ocho meses, tiempo y espacio. Dos medidas físicas incompatibles con el amor y la pasión que él ofrecía. Estaba solo, realmente solo, sus amigos casi no contaban con él. Se limitaban a mandarle imágenes con frases positivas por wasap, que terminaba borrando antes de que se descargaran en el móvil. Necesitaba hablar con alguien, liberar las palabras que se le secaban en la garganta, y acortar las horas de la noche. Marcó el teléfono de la empresa de comunicación y, como se imaginaba, respondieron enseguida. A esa hora, la voz le resultó dulce y no tan avinagrada como había pensado por la mañana. Apretó los botones varias veces, tantas, que perdió la noción del tiempo. Amaneció y se encontró hecho un ovillo en el sillón de salón. Le dolían las manos por la fuerza con que agarraba el móvil. Cuando desayunaba se preguntaba por qué sentía mariposas en la barriga si hacía meses que no quedaba con ninguna chica
Eran las tres de la madrugada y se despertó. El piso de dos habitaciones y un baño le parecía una mansión. Su novia le había pedido, hacía ocho meses, tiempo y espacio. Dos medidas físicas incompatibles con el amor y la pasión que él ofrecía. Estaba solo, realmente solo, sus amigos casi no contaban con él. Se limitaban a mandarle imágenes con frases positivas por wasap, que terminaba borrando antes de que se descargaran en el móvil. Necesitaba hablar con alguien, liberar las palabras que se le secaban en la garganta, y acortar las horas de la noche. Marcó el teléfono de la empresa de comunicación y, como se imaginaba, respondieron enseguida. A esa hora, la voz le resultó dulce y no tan avinagrada como había pensado por la mañana. Apretó los botones varias veces, tantas, que perdió la noción del tiempo. Amaneció y se encontró hecho un ovillo en el sillón de salón. Le dolían las manos por la fuerza con que agarraba el móvil. Cuando desayunaba se preguntaba por qué sentía mariposas en la barriga si hacía meses que no quedaba con ninguna chica
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