La primera vez
El olvido y la memoria no permanecen igual dentro de una vivencia. Olvidé la mayoría de las cosas que sucedieron ese día. Solo recuerdo pocos detalles. Me acosté con él en un hotel que estaba en el centro de la ciudad, con patio interior, y en una habitación al fondo del pasillo. Fue la condición que puse, uno de mis caprichos, para convertir el encuentro en íntimo y secreto. El número de la habitación está en la lista de lo que he olvidado, junto con la dirección, la hora, y el día de la semana que acordamos para vernos. No estábamos enamorados y no existía la presión de fallarnos. Intuí que tenía una vida complicada, dos hijos pequeños, pero en aquel momento, con las ventanas cerradas, me dio igual. Quizás, estoy segura, lo deseaba más de lo que él me deseaba a mí. Pasamos casi diez horas postrados en la cama de aquel hotel del centro de la ciudad. Perdimos la noción del tiempo. El reloj siempre acelera cuando las cosas están yendo bien. Fui la única que habló, él solo preguntaba, como escondiendo con el interrogatorio una parte de su intimidad. Me quedé dormida con la cabeza sobre su abdomen, y me despertó, apartando mi melena pegada a su sudor, con más abrazos y caricias. En la puerta le dije que me había encantado. Lo dije en voz baja, no quise acosarlo, ya sabía que los hombres huían si se sentían presionados. Qué rota te quedas cuando las cosas salen distintas después de planificarlas mucho. En aquel hotel, con patio interior, donde ya había besos de otros, comenzó y terminó una historia. A las pocas semanas olvidé su nombre, el color de la ropa con la que llegó y si tembló al entrar. Lo que sí queda son las lágrimas de quién amó por primera vez.
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