La cartera

Mi hija se empeñó en tirarla cuando hicimos limpieza en el cuarto de estudio. Aunque esté desgatada para mí tiene un gran valor. Compré la cartera con el primer sueldo que tuve después de aprobar las oposiciones. Me había tocado impartir primero de primaria en un colegio pequeño, con pocos compañeros, y con un alumnado educado y tranquilo. La cartera me acompañó desde ese momento. No quise cambiarla. Me regalaron otras modernas, de flores, con cierres especiales, pero siempre mantenía mi empeño en conservarla. Supongo que a otros compañeros de profesión les ocurrirá lo mismo. La cartera es ese objeto del que no nos desprendernos fácilmente y que supervisa los movimientos que vamos haciendo en las aulas.
Me acabo de jubilar y la acaricio como si fuera ese primer día. Era muy joven cuando comencé a trabajar, no tenía experiencia, y me enfrenté a una treintena de ojos que me miraban expectante a ver lo que les iba a enseñar. La cartera estuvo conmigo en todos los años de docencia, llegando antes que yo a los colegios en los que me destinaron. Viajó a Fuerteventura, me esperó sobre la silla del despacho los meses de verano, y aguantó los suspensos y aprobados. Para mi hija huele a rancio y le da asco tocarla. No pierdo el tiempo explicándole el sentido que tiene para mí. La acaricio, sentanda en mi sillón, y me llega el bullicio de los chiquillos a los que he enseñado. Si alguien me mirara ahora mismo pensaría que la jubilación me está convirtiendo en una vieja depresiva. La sujeto por el asa y, como si estuviera delante de un álbum de fotos, veo la cara de Sara, la niña de pelo anaranjado, que no sé cómo se las apañaba para tener tantas faltas de ortografías. Tuve que quedarme con ella por las tardes hasta que las letras comenzaron a ordenarse y a tener sentido. Sara es ahora mi médica, la que me atiende cuando voy al hospital a mis revisiones de la diabetes. Consiguió licenciarse en la profesión que quería. Mi cartera y yo tenemos mucho que ver con esa licenciatura. También guardo las preguntas que hacía Raúl o las dudas que intenté resolver en las horas de recreo.Han pasado diez, veinte, da igual los años que sea, para mí sigue oliendo a nueva. Mi hija no puede tirar mis sentimientos. El olvido, si llega, que sea por el capricho de alguna enfermedad y no por una estúpida decisión de los demás.

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