El diagnóstico
En la consulta del neumólogo
había un cenicero donde los pacientes iban dejando sus colillas. Esperaban
hasta la última calada y doblaban el cigarro en aquel objeto de cerámica. La
mujer de la limpieza tenía instrucciones de que no lo podía vaciar ni tocar.
Ella se limitaba a limpiar la mesa haciendo un círculo con el trapo alrededor
del cenicero para evitar que en un despiste se cayera al suelo. El médico era
el que se encargaba, cuando la consulta se quedaba vacía, de llevárselo hasta
su despacho, tirar las colillas sobre su mesa, y con aquel puzle de cigarros
apagados, diagnosticar el final de sus pacientes. No se equivocaba en el diagnóstico.
En el cenicero se quedaba la última inspiración de los que no volvían.
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