Mejor te lo cuento

La culpa es de mi sobrino Pablo. Le dijo a su maestro que su tía comía sopas de letras y que estaba siempre hablando sola. No como sopas de letras. Sí hablo sola. El maestro me ha invitado al cole a contar cuentos. Cuando mis sobrinos eran pequeños, escriba cuentos y se los leía antes de dormir. Patricia, que ahora tiene veintitrés años, estuvo un verano durmiendo conmigo para descubrir lo que le pasaba a la bailarina de pelo rizado, tan rubia como ella. Le he quitado las telarañas a esos cuentos y los leeré el viernes en el colegio. Comenzaré hablándoles de mi secreto. Nada es fácil. Lo sé. Lo he vivido y lo he dicho. Aunque ahora hablo en público o en radio, antes de mi tercera década, no abría la boca. Para nada. Cuando tenía diez años, la edad que tiene Pablo, me escondía detrás de la mesa. En aquella época tenía que llevar unos aparatos horribles para poder mantenerme erguida. Evitaba que los demás me miraran. Y claro está, se reían de mí. Por eso, un día, la maestra de lengua me regaló un cuento. Me dijo que le gustaba mis redacciones y que tenía que atreverme a leerlas en clase. No fui capaz. Encontré en las letras unas amigas que no tenía en la calle.  Siguen siendo mis amigas. Nos entendemos mutuamente. El viernes les contaré a los niños que no tengan miedo por hacer lo que les gusta. Vendrán a decirte que estás cometiendo una locura. Habrá quién se atreva a empujarte para que te caigas y creas que tu decisión es errónea. Los celos, la envidia, el querer y no querer, serán inevitable. Pero, aunque el miedo te encoja, encontrarás a personas que estén a tu lado. Les hablaré de los ositos de peluche, ocultos en el cuento que escribí, y que nombra a esa niña que se escondía detrás de la mesa.
Me voy a enfrentar a treinta ojos bastante exigentes. Pablo lleva toda la semana recordándomelo. Estoy nerviosa. Él también lo está. Saldré con un nuevo aprendizaje. En realidad, es lo que busco en esta aventura literaria: aprender. Avanzar, por supuesto, sin convertirte tú en el que pise al otro porque quieres ser el único conquistador de la tierra. No olvidemos que todo ya está descubierto y que de aquí no te llevarás nada. Ser valiente tiene su precio que, como valor monetario, fluctúa al alza o a la baja. Ármate de valor, la gente auténtica existe. Conozco mi propio cuento. No necesito otro.


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