
Los niños estaban esperándome en la biblioteca. Eran casi cuarenta.
Ellos creían que iba a entrar con orejas de plástico y nariz roja.
Cuando los vi tan callados, estuve a punto de salir por la puerta.
¿Dónde me he metido?, me dije. Pero allí, en el centro de las miradas,
comenzó la amistad entre mi imaginación y la de ellos. Conté dos cuentos
y, unidos por un hilo azul que representaba sus sueños, trazaron su
propio cuento. Creyeron en lo estaban haciendo y crearon. Se subie
ron
en un avión, abrieron ventanas transparentes, acariciaron sirenas de
ojos brillantes, y aplaudieron un final inesperado. El resultado nos
sorprendió a todos. Sin darnos cuenta, la hora había pasado.
Terminé leyendo un relato de Belkys, mi compañera, que no puedo ir, y
que me lo dio para compartirlo. Cuando me iba, un niño me abrazó muy
fuerte, y me dijo: “Gracias a usted voy a escribir un cuento”. Otro me
gritó que volviera pronto. Gracias a ellos. Los niños son los mejores
creadores de ideas. Me guardo una nueva enseñanza. Una historia
verdadera y sincera. Ha vuelto a aparecer mi niña y me acompañará
durante unos días.
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