La escucha
Queremos compartir lo
que nos sucede. Dar algún sentido al proceso caótico de nuestras vidas. O no
tan caótico. Vamos dejando códigos para que los demás sepan qué estamos
viviendo. En una frase o en pequeños gestos. Es fácil recopilar las frases que
otros lanzan para sentirse escuchados. Basta con sentarte en un banco y recoger
parte de esas conversaciones que dejan las personas que van hacia sus destinos.
Me siento en un banco de vez en cuando. Disimulo que miro el móvil, que estoy esperando a que vengan a recogerme o que busco las llaves
perdidas dentro del bolso. Esta manía la cogí cuando tenía que construir los
personajes para las obras de teatro. Escucho y me invento la vida de las
personas que pasan delante de mí. Lo reconozco: soy una enamorada en rebuscar
más allá de lo que te da una persona cuando te habla. Me imagino cómo serán sus
días, las noches solitarias, si ven programas basura, si esconden secretos con
sus parejas, si se bañan con agua fría o caliente, si caminan descalzos por el
pasillo, si son apasionados o si viven sin más. Y a veces acierto con lo que me
imagino. Hay detalles que no fallan y que te los dicta el lenguaje no verbal.
El cuerpo, los movimientos apresurados. No solo me pasa con los desconocidos
que veo en el parque, sino también con mis amistades.
En las frases flota la impotencia que sienten o que callan. Las alegrías o ese salto que dieron cuando la suerte se puso a su favor. Una sola frase es el resumen de un trozo de la vida del interlocutor. Y tirando de ese hilo puedes llegar a ese punto en el que están perdidos o a esa situación que los trae de cabeza. Al final todos somos igual de vulnerables y queremos que nos abrecen cuando estamos solos, que nos curen las heridas y que bailen a nuestro lado cuando el sol está brillando delante de nuestros ojos. Lo que solemos hacerlo es quedarnos en la superficie de la conversación. Yendo más allá podemos entender por qué ese vecino piensa así o por qué ese extraño que se te cruza delante viene mirando con ansiedad hacia los lados mientras habla por el móvil. Podemos descubrir cuál es su manera de ver la vida. Sin juzgar y sin emitir juicios erróneos. Igual lo que necesitan es que le demos la mano y le digamos que todo va a ir bien. Pero vamos tan rápido que no nos detenemos a entender a lo demás. Y que nos cuenten lo que quieren compartir.
En las frases flota la impotencia que sienten o que callan. Las alegrías o ese salto que dieron cuando la suerte se puso a su favor. Una sola frase es el resumen de un trozo de la vida del interlocutor. Y tirando de ese hilo puedes llegar a ese punto en el que están perdidos o a esa situación que los trae de cabeza. Al final todos somos igual de vulnerables y queremos que nos abrecen cuando estamos solos, que nos curen las heridas y que bailen a nuestro lado cuando el sol está brillando delante de nuestros ojos. Lo que solemos hacerlo es quedarnos en la superficie de la conversación. Yendo más allá podemos entender por qué ese vecino piensa así o por qué ese extraño que se te cruza delante viene mirando con ansiedad hacia los lados mientras habla por el móvil. Podemos descubrir cuál es su manera de ver la vida. Sin juzgar y sin emitir juicios erróneos. Igual lo que necesitan es que le demos la mano y le digamos que todo va a ir bien. Pero vamos tan rápido que no nos detenemos a entender a lo demás. Y que nos cuenten lo que quieren compartir.
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