La ausencia de ocres


Ya es otoño y dentro de unos días será octubre. El cuerpo va pidiendo otra cosa: una bufanda en el cuello, un té caliente y una tarde de domingo sosteniendo el argumento de una novela que te atrape de principio hasta fin. Pero, con tanto cambio climático, seguimos sudando y sin saber si el calor se prolongará hasta finales de diciembre. No sé qué tiene el comienzo del último trimestre del año que de pronto sentimos un pinchazo en la barriga. Los días son más cortos y estamos expuestos a la soledad. Será que el final del verano nos hace mirar con distancia ese viaje que hicimos y esa anécdota que tanto nos alegró en la ciudad que visitamos a mitad de julio. Será, supongo, que nos vamos dado cuenta que de un chasquido de dedos dejaremos liquidado este año. Un poco de culpa tienen esos comercios que se adelantan con los adornos navideños y empiezan a remover las emociones. Esa manía que hay de anticipar lo que vendrá. Pero, ahora mismo lo que queremos es que llueva, sí, que llueva, para ponernos esa bufanda que tanto nos gusta, tomamos el té caliente y salir a la calle a mojarnos y dejar que la lluvia entre en las grietas: en las nuestras y en esas que hay en los campos que están teñidos de negros y que no se vestirán con el color de las hojas secas. Este será un otoño en el  que no veremos el ocre a través del visillo de la ventana.

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