Parar
Sostener un libro abierto en las manos, caminar
hacia el trabajo, desayunar, hablar por teléfono, son acciones que pueden
llegar a ser insoportables e imposibles de realizar. Puede ocurrir también que
levantarte cada mañana sea una tarea dolorosa y costosa. Llegas a tocar la
fragilidad: la tuya y la de los objetos que ves a diario. Estas sensaciones que
recibes te están diciendo que hay que parar para poner orden al desorden que
llevas dentro. Porque no hay que correr el peligro de que sea el cuerpo el que llegue al destino antes de que salga del
punto de partida. Parar, eso es lo que hay que hacer.
Y vuelves a respirar pausadamente. A volver al silencio. A contar las horas y los minutos que tiene el día, deteniéndote en el tictac del reloj y en el sonido del minutero. Haciendo las cosas despacio para que las horas pasen despacio. Como tiene que ser. Sin ese agobio que nubla la vista y que te impide ver que delante de ti hay una flor que hace meses que floreció. Un poco de distancia ayuda a cambiar la perspectiva del mundo que te rodea y el brillo de las personas que van y vienen a tu lado. Vuelves a saborear de nuevo tu vida, que estaba a punto de quedarse insípida. Y te levantas diciendo: ¡Qué día tan bonito hace hoy! Todo aquello que resultaba insoportable gana valor y tiene sentido. Porque has aligerado el exceso de carga que llevabas encima y que no servía para nada. Que te impedía avanzar, mirar, tocar, abrazar. Los árboles, el horizonte, la costa rocosa no han cambiado. Te has parado para contemplar mejor.
Y vuelves a respirar pausadamente. A volver al silencio. A contar las horas y los minutos que tiene el día, deteniéndote en el tictac del reloj y en el sonido del minutero. Haciendo las cosas despacio para que las horas pasen despacio. Como tiene que ser. Sin ese agobio que nubla la vista y que te impide ver que delante de ti hay una flor que hace meses que floreció. Un poco de distancia ayuda a cambiar la perspectiva del mundo que te rodea y el brillo de las personas que van y vienen a tu lado. Vuelves a saborear de nuevo tu vida, que estaba a punto de quedarse insípida. Y te levantas diciendo: ¡Qué día tan bonito hace hoy! Todo aquello que resultaba insoportable gana valor y tiene sentido. Porque has aligerado el exceso de carga que llevabas encima y que no servía para nada. Que te impedía avanzar, mirar, tocar, abrazar. Los árboles, el horizonte, la costa rocosa no han cambiado. Te has parado para contemplar mejor.
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