La estampa del verano


Todos los años se repite la misma estampa en la playa. No se trata del amor eterno entre el mar y el sol. No se trata del calor que asfixia y ralentiza los movimientos. Ni de las gotas de sudor. Se trata de esas familias que se ponen a tu lado, a pocos metros de tu toalla, y que invaden tu intimidad. Hacen que tú te encojas para proteger tus secretos y tu espacio personal. Ellos empiezan a hablar de sus vidas como si estuvieran en el mismo salón de su casa. Sin esconder detalles ni puntos ni comas. Te enteras, aunque intentas desviar la mirada al infinito, de su dura situación sentimental o de las horas que trabajan sin ser valorados. Elevan la voz sin darse cuenta de que a su lado estas tú, los otros o los de más allá. La temperatura que hay en ese momento en la playa aumenta con la intensidad de sus voces.
Ellos siguen charlando sin tapujos y, tú tienes la impresión de ser invisible, porque tu presencia no los incomoda. Y a ti no te conmueve sus problemas. Dudas en coger una libreta y apuntar los detalles que cuentan para tenerlos de referente si algún día decides escribir sobre lo que oyes. Pero te levantas y prefieres acercarte a la orilla para olvidarte por unos segundos de esa familia de la que no te interesa su vida ni tienes intenciones de incluirlos en tu lista de amigos. Y allí, en la orilla, el aire marino te rescata y vuelve a traer el silencio a tu playa.
Esta estampa solo ocurre en los meses de julio y agosto. Cuando el verano se va, la arena recupera su brillo y se convierte en ese lugar que te ensancha el alma. Como a ti te gusta.

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