El frío de este invierno
En agosto,
cuando los termómetros marcaban 40 grados, los que saben escuchar los mensajes
de la naturaleza, auguraban un invierno muy frío. Caminando por la orilla de la
playa, nos fuimos imaginando una estación rodeados de abrigos, con bufandas y
enredados en un edredón sin salir de casa. Y esos sabios que adivinan el futuro
mirando al cielo, igual no se equivocaron. Este invierno ha sido muy frio y
duro. Las manos se han helado. La cara y las paredes del alma. Por mañana, al
abrir la ventana, nos preguntábamos: ¿Qué estás sucediendo? ¿De dónde viene
todo esto? Hemos tenido días que no entendíamos nada. No entendíamos el motivo
que le llevaba al frío a castigarnos tanto y a congelarnos por debajo de la
piel. La humedad que veíamos en las miradas de los demás, y en la nuestra, nos
generaba impotencia porque no podíamos hacer otra cosa que esperar y confiar. Esos
días teníamos ganas de estar en la cama, apagarlo todo, porque no había nada
que nos diera calor ni consuelo. El frío se quedaba dentro de nosotros. Se
transformó en una emoción que nos empujaba a enfadarnos con el mundo y a sentirnos
desprotegidos. Pero el frío nos ha llevado a apreciar de veras lo poco que
tenemos, a afirmar que la vida, siempre maestra, te enseña, aunque sea la
lección más dura que te haya dado jamás.
Al igual que llegó el invierno, en
unos días comenzará la primavera. Y esta vez deseamos que el sol, poco a poco,
derrita el sinsabor que tenemos en el cuerpo. Que transforme en amor la
cicatrices que el frío nos ha dejado dentro, muy adentro. Porque al igual que
las flores florecen, tiene que llegar el momento de resurgir de la escarcha,
más sabios, y con el frío transformado en compresión. Será así. Tiene que ser
posible.
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