Todo pasa por esperar
Después de la tempestad llega la
calma. Después de un día de lluvia, el sol seca los charcos que hay en la acera
o en la carretera. Hoy es domingo, y mañana será lunes. Y, aunque lo sabemos,
adelantamos lo que está por llegar. Perdemos la paciencia con situaciones insignificantes
que pasarán sin necesidad de alterarnos: en la cola de supermercado, en un
atasco, en el trabajo. Nos damos por vencidos antes de llegar a la meta o a veces
ni siquiera lo intentamos por falta de tiempo. Llamamos diez veces seguidas a
un amigo si no nos coge el teléfono a la primera. Buscamos un atajo para acortar
el camino que tenemos que atravesar. Vivimos la Navidad desde finales de octubre
y la Semana Santa con la careta y las lentejuelas. Deprisa. Enfadados porque
los días, los segundos y los minutos no son como los hemos imaginado. Pero mirando
la lluvia, el sol y el viento, tenemos que aprender que, si la inmediatez nos
acecha y nos empuja a adelantarnos, solo hay que esperar.
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