La cara de la buena gente

El feriante colocaba su puesto pegado a la pared de la iglesia. Él decía que así podía ver a toda la clientela antes de llegar. Hacía una reverencia cuando se acercaban a su puesto de frutas y verduras. El feriante no tenía estudios, malamente sabía sumar para sacar las cuentas de sus ventas, pero era un hombre muy listo que no se dejaba engañar. Sin dominar ninguna técnica empresarial, era un buen comercial. Metía la fruta en las bolsas de plástico cantando boleros de Antonio Machín o contando alguna anécdota que corría de boca en boca por el mercadillo. Lo hacía con tanto arte, que, si alguien solo quería comprar un kilo de papas, terminaba vendiéndole la fruta y la verdura de toda la semana. Cuando le pagabas, con las monedas que te sobraba, te daba un puñado de caramelos para quitar el amargor de las penas. Reír con él tranquilizaba. No discutía con nadie y no andaba compitiendo con los demás feriantes. Él sabía que el cliente satisfecho siempre volvía a su puesto, el que estaba pegado a la pared de la iglesia. El mercadillo se hacía todos los miércoles.
Una mañana no apareció. Ni las mañanas de las siguientes semanas. El invierno estaba siendo muy frío y, entre una cosa y otra, el mercadillo se transformó en un lugar triste y monótono. Los miércoles dejaron de ser miércoles y se volvieron insoportables. Los demás feriantes  respondían  con cierta insensibilidad cuando alguien preguntaba por él. Lo daban por enfermo o arruinado debido a la mala vida que llevaba desde hacía tiempo. Ellos solo veían la oportunidad de aumentar las ventas con los clientes despistados que iban directo al puesto pegado a la pared de la iglesia. En aquel hueco empezaron a acumular cajas de cartón viejas y mercancías en mal estado para que las aprovecharan los necesitados que pasaban por la zona.  Los gatos se encrespaban cuando rebuscaban entre la basura. Sus clientes más antiguos estaban seguros de que la fuerza de la envidia había anulado su imagen.  Tres años después de marcharse sin dejar rastro, seguimos recordando la cara de buena gente del feriante.  La venganza no pudo con ella.

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