El poder de la hoja en blanco


Le sucedía. Como a todos los escritores. Se había enfrentado a la hoja en blanco. El escritor había empezado a escribir muy joven y había perdido la cuenta de las veces que abandonaba historias por no saber afrontarlas delante del papel. Era un bohemio que vivía solo en un piso pequeño rodeado de sus manías. Amontonaba montañas de libros encima de la cama y libretas de dos rayas que usaba para escribir, como si necesitara el camino marcado por las líneas de imprenta para asentar cada palabra. Las hojas en blanco, las que arrugaba cuando no le salía nada, las tiraba directamente en la papelera que estaba en el parque. Ella lo miraba desde su ventana. Había coincidido con el escritor en la biblioteca, y se había acercado a él interesada por sus libros. El escritor le había contestado. Habían hablado de manera pausada, pocas palabras, pero con la fuerza que concede el amor a primera vista. La chica comenzó a mirarlo desde lejos, desde la ventana de su habitación que daba al parque. Corría hacia la papelera cuando veía que tiraba algún papel, quizás había algo para ella. No había rastro de su letra, ni de su mirada, ni de la manera en que la inventaba en sueños. Porque ella inventaba al escritor en sus sueños desde el día que coincidieron en la biblioteca. La mayoría de las noches dormía con el papel arrugado entre sus manos.
Era invierno. Hacía frío. Mucho frío. El escritor había tirado una nueva hoja a la papelera del parque. La chica salió a recogerla como era habitual. Esa mañana fría, el aire le cortó la respiración y le congeló las lágrimas de sus mejillas. A lo lejos el escritor volvía a repetirse que la belleza se evapora si tiras la posibilidad de amarla para siempre.

Comentarios