El pianista
Siempre había soñado con hombres con los dedos largos que la tocaran y la acariciaran. Daba igual que fueran bajos, de frente pequeña, con nariz puntiaguda, con ojos marrones. Los dedos tenían que ser grandes. Se enamoró de un pianista. Sus diez dedos eran largos y sus manos perfectas. El cuerpo de ella se convirtió en la partitura en la que el pianista componía sus canciones. Ella se colocaba a su lado, apoyando la espalda sobre sus muslos. Él se limitaba a tocarla como si necesitara el latido de su corazón para encontrar el ritmo preciso. Aparecieron acordes que jamás había conseguido durante la época de conservatorio ni estando a solas con su piano. El pianista presumía de ser artista y de tener arte. Pero no. El arte lo tenían los dos.
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