Sentimientos ocultos
Todos tenemos sentimientos, pero la naturaleza de cada
sentimiento es algo oculto. Esta semana me vi rodeada de gente y de
sentimientos ocultos. Estaba en la sala de espera del hospital esperando a que
me tocara el turno para entrar. Observaba mientras esperaba. Siempre observo
para ver qué historias hay detrás de cada persona. Allí, en aquella sala de espera, nadie
hablaba, pero sí había sentimientos ocultos. No es fácil ponerte en el lugar
del otro y escuchar lo que sienten. Vamos con prisas, mirando el reloj, resaltado
tu problema y obviando el del otro. La euforia, el odio, la tristeza, la
envidia, la gratitud. Están, porque la vida nos exige y nosotros también le exigimos a la vida. De forma positiva o negativa. A veces los llevamos por
fuera, como una prenda más de ropa con las que nos sentimos cómodos. Pero no
siempre ocurre así.
La señora que estaba a mi derecha fue la que comenzó a hablar
conmigo. Sin conocerme de nada. No necesitó averiguar cuál era mi nombre. Me contó
que siempre iba sola a los médicos, me enumeró la cantidad de pruebas médicas
que tenía que hacerse, y que aceptaba el resultado de cada una. Me habló de su
hija, una chica muy lista, abogada, que vivía en Barcelona y que no veía desde
marzo. Se quitó las capas de reserva que la protegían. Noté su sufrimiento y se
lo dije. Se emocionó. Cuando una persona se emociona cuando habla es que está
tocando la fibra delicada, la puerta del fondo, que tiene, pero que esconde
para que nadie pueda verla. Pasamos la vida mirando la superficie de los demás,
sin darnos cuenta de que en el fondo también hay más. Por eso juzgamos muy rápido y lanzamos
prejuicios que nos va alejando. Siempre hay alguien que tiene algo que
enseñarte. En aquella sala de espera, el martes a las once y media, lo único
que nos separaba a los que estábamos esperando era un nombre. Sin decirlo en
voz alta queríamos que la tristeza oculta, el miedo a que la vida nos cambiara
por un diagnóstico, dejara de incomodar.
Comentarios