El secreto de la abuela

El patio olía a sangre fresca y había dos o tres plumas dentro de la maceta de la entrada. La abuela abrazó a la niña y le dijo, como era costumbre, que estaba creciendo muy rápido. La gallina hervía en el caldero, junto a las verduras y las especies. A la niña no le gustaba el momento en el que la abuela le daba tres vueltas al cuello de la gallina para matarla. Se escondía detrás de los sillones del salón y apretaba los puños fuertes para no oír el último cacareo. La abuela intentaba hacerlo muy temprano, antes de que llegara su nieta, para que el ritual de la matanza no la pusiera nerviosa. Los domingos, la sopa de gallina, era el plato principal. El campo era diferente a la ciudad en la que ella vivía. Le sorprendía el movimiento paciente de los helechos o el tiempo que se tomaba la fruta en madurar. La abuela nunca se enfadaba. Era siempre abuela, anciana y fuerte. Sin saber leer ni escribir, encontraba una solución a cualquier problema que pudiera aparecer. Daba igual la dimensión del problema. Ella acertaba.
Un domingo, huyendo del olor a sangre fresca, la niña salió a pasear por los alrededores de la casa. Caminó hasta perderse. Pasó por delante de la puerta de la iglesia, atravesó la plaza, y llegó a una loma donde solo había un árbol, tierra y muchas piedrecillas redondas. Estaba muy lejos de los mayores que la señalaban con el dedo porque corría demasiado o había derramado la leche sobre la mesa para descubrir la textura que tenía. Respiró. Volvió a respirar. Observó y descubrió las verdades que afloraban en la naturaleza. Aquel silencio absorbió su propia existencia. Aprendió a esperar, a escuchar cuando los demás discutían persiguiendo la razón, y a confiar, como las ramas secas que volvían a tener hojas después del otoño. Cuando regresó, la abuela, sabia como era, supo dónde había estado la niña.
Con la niñez guardaba en sus ojos, se sienta en ese lugar cuando no entiende lo que sucede. A veces piensa. Otras simplemente no espera nada, o espera todo. Se imagina a su abuela a su lado. Ahora, desde la lejanía, el olor a sangre fresca es soportable.

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